
El orgullo enfatiza la importancia de la superioridad del individuo a ojos de los demás.
El orgullo revela miedo e inseguridad, por qué cuando la persona pretende conseguir la estima ajena y lo consigue, automáticamente teme por perder esa condición y esto provoca ansiedad.
El orgullo, en su forma rígida, no es confianza: es una coraza. Una forma de protegernos del miedo a no ser suficientes, a ser heridos, a no tener control. Bruce Lee entendía que el orgullo excesivo no era señal de poder, sino un reflejo claro de inseguridad interior.
Cuando alguien necesita demostrar que es superior, tener siempre la razón o no aceptar críticas, lo que suele haber debajo es temor a la vulnerabilidad. A veces nos apegamos al orgullo porque el miedo a mostrarnos como realmente somos —con dudas, heridas o fallos— nos aterra.
Bruce proponía todo lo contrario: ser agua, adaptable, abierto, receptivo. Soltar el orgullo no es debilidad, es valentía. Solo alguien verdaderamente fuerte puede decir “no sé”, “me equivoqué” o “te escucho”.
«El verdadero maestro no se defiende con orgullo. Se expresa con claridad, sin miedo a perder»
– Bruce Lee